15 de septiembre

martes, 6 de octubre de 2009


Estaba soñando con bosques de ensueño, de tierno pasto y flores silvestres, acariciados por una leve y tibia llovizna, yo estaba ahí; cuando al darme vuelta, ví que eran las siete en punto, en otros tiempos, no hubiese sido problema, pero en ése momento, ya era tarde para dejar mi refugio y correr hacia la nada, como lo había hecho a diario en los últimos meses. Aún así, llegué hábilmente a mi destino: el lugar conocido, pero extraño para mí; tanto tiempo encerrada en mi caparazón, que no concebía la idea ésa donde enormes plantas exóticas y tan vivas compartían espacio con un pequeño árbol casi muerto porque en sus entrañas, sólo habían pequeñas agujas de acero inoxidable, que no le alimentaban, pero tampoco le hacían daño, estaban ahí, simplemente.


Sobre ése arbolito que también era deforme y de color rojizo, habían copos fríos al tacto, que desprendían un embriagante olor que siempre me ha gustado; caminé por el oscuro sendero, cruce una, dos, tres puertas y por nada me pude salvar de de dos pares de ojos acusadores, muy parecidos, casi iguales, los ignoré, más adelante me siguieron otros ojos , igual de despiertos y atentos a mi presencia, pero mucho mas chispeantes, amables y llorosos a ésos si, no los pude ignorar, pero apenas les pude sonreír y los perdí de vista.


Todo continuó en calma, como siempre, sólo de vez en vez escuchaba murmullos más que palabras claras y entendibles, pero al final, reinó el silencio. Comencé, hacía calor, sin embargo, el viento amable me visitaba por ratitos a través de la ventana abierta, facilitando mis actividades, como observando curiosamente, diciéndome al oído: -éste es el último día, ya va a terminar-. Continué con mi trabajo.


La ventana, era para mí, el puente al infinito, la luz al final del túnel, la única; la verdad era que desde abajo, la imagen del cielo la inundaba toda de azul, que parecía ser un muro color de color intenso y brillante frente a ella, que obstruía para mí la visión callejera. Ya que nadie se percató de mi existencia, me acerqué a ésa ventana de cielo, encontré contrastantes y enormes lenguas vegetales: verdes, verdes, desde el suelo hasta el cielo, no entendí nada: seres inanimados junto al infinito, sin saberlo; y yo, tan viva, tan lejos de él.


Ya tranquila, lejos de toda envidia, regresé a lo mío, hice lo de siempre: mis manos acomodaron alargadas burbujas solidas, después, la sangre pasó por mis manos, sólo sentí su calor, sin impresionarme, a ésas alturas, ya estaba acostumbrada a ver su color y al olor que se desprendía cuando la gente continuaba sangrando, temerosa, un poco indignada al ver que su vida líquida y roja se iba a la basura, no me preocupaba mucho lo que sintieran, después de todo, era gente indefensa, no podían impedirme nada, además, no sentía pena alguna ante el sufrimiento ajeno, sólo quería que todo terminara, el procedimiento era rápido, había que ahorrar tiempo, no transcurrieron así las horas siguientes: el tiempo pasó lento y pesado, como hace mucho tiempo no pasaba, esperé, cuando por fin me sentí liberada, salí a la calle, me pareció que todo estaba igual, que yo sólo había sido como una piedra en los zapatos del tiempo, tratando de impedir lo inevitable, pero no pude, el tiempo fue justo.


Tanto hice, tanto esperé, y al darme cuenta de mi realidad, me quedé pasmada, incapaz de articular palabra alguna.


El tiempo se había convertido en mi problema otra vez, ahora, no puedo regresarlo.

 
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